Con una atención
milimétrica, Henry Marsh manipula el cerebro de sus pacientes. Físicamente. Sus
finos dedos tocan la zona en la que sucede el misterio del habla, de la risa,
de la emoción, del pensamiento. Un neurocirujano no teoriza: actúa. Fue el
primero en Inglaterra que utilizó la anestesia local para operar un glioma, es
decir, un tipo de tumor cerebral. Fue en 1989 cuando, mientras penetraba en ese
misterioso espacio lleno de ramificaciones nerviosas, podía, al mismo tiempo,
charlar con su paciente para corroborar, en tiempo real, que no le estaba
tocando algo que hiciese que, por ejemplo, no pudiese volver a emitir palabra.
Esta práctica puede llevarse a cabo por la peculiar razón de que el cerebro no
posee receptores que interpreten su propio dolor. Así todo, Henry Marsh se mete
en el barro cada vez que abre un cráneo para someterlo a cirugía. Y eso, entre
otras cosas, es lo que relata con una lenguaje libre de descripciones
superfluas o demasiado encriptadas para un profano en la materia. Sin caer en
el golpe bajo ni en el morbo, las cuestiones físicas se alternan con las puramente humanas dejando claro que lo difícil no
es detener una hemorragia descontrolada en la que el cirujano debe navegar
desesperado y ciego como un barco en medio de una tormenta sin faro a la vista.
Lo realmente complejo es tomar la decisión de si operar o no o de, si ya se
está en ello,
saber cuándo es el momento de parar antes de producir lesiones. No
hay guía para tener éxito: la práctica y los errores cometidos son el salvavidas más cercano,
aunque ni siquiera otorgan una seguridad absoluta porque ésta, lamentablemente,
no existe.
La sombra de Oliver Sacks se cierne sobre cualquier médico que ose incursionar
en el mundo de las letras. Pero Marsh no
sigue su estela. Es inteligente y, en vez de eso, busca otras sendas que nada
tengan que ver con el estilo del fallecido autor. La fuerza de Marsh es física.
Con el respeto que se deben los colegas de profesión, él sostiene que los
neurólogos que se ponen a escribir tienden a elegir casos que acumulan como si
coleccionasen mariposas de ejemplares raros. Uno de los grandes amigos de
Marsh, que aparece varias veces en este libro y que, de hecho, ya había formado
parte del documental ganador de un Emmy, The English Surgeon (2007), el
ucraniano Igor Kurilets, le dijo una vez: “Nosotros somos como los sangrientos
cosacos”. Aquella comparación la hizo al regalarle una versión pictórica de Los
cosacos zapórogos. Hoy, esa obra, corona la sala del hospital público y centro
universitario St. Georges de Londres, donde Marsh operó a la inmensa mayoría de
los 15.000 cerebros que han pasado por sus manos y lugar que, aún hoy, visita
asiduamente para sugerir y seguir formando a cientos de médicos internos.
Retirarse no es algo que le haga demasiada gracia. Lógico, tras años de una
intensidad tan brutal debe ser complejo enfrentarse a la templanza de la
jubilación. Quizás por eso Henry Marsh, lejos de dedicarse únicamente a la
apicultura que le fascina como hobby, continúa su labor médica en países como
Ucrania, Albania o Nepal. No es casual tampoco que sea justo ahora cuando se
atreva a incursionar en el mundo de la literatura con un éxito apabullante.
Agotada su primera edición en España en unas semanas, Ante todo no hagas daño
ya ha sido reconocido como mejor libro del año por Financial Times y The
Economist, tras encabezar las listas de ventas de best sellers en EE.UU. y
Reino Unido.
Ante todo no hagas daño.
Henry Marsh Salamandra 346 páginas
Si uno visita el hospital donde trabajó toda su vida y que sirve de
escenario principal a su libro, puede comprobar que existe un patiecito cuya
creación es también culpa de Marsh.
Asqueado y enfrentado durante la mayor parte de su vida con la burocracia
imperante en el Sistema Nacional de Salud, fue y es un férreo defensor de la
humanización de los hospitales. Las arduas críticas a la
gestión pública de estos centros están presentes, sobre todo, en la segunda
mitad de la obra. El trato clientelar que se está instalando en los últimos
tiempos supone una situación desquiciante para los profesionales
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